Se despierta en plena madrugada con una gran idea. Se levanta de su cama y camina lentamente en dirección a la ventana que da a la calle. Observa algunos segundos. Nadie se encuentra en la casa de enfrente. Corre a su cochera, abre el portón, enciende su auto y sale marcha atrás velozmente. Estaciona en la orilla del cordón a pesar de estar cometiendo una infracción; la casa tiene un cartel de prohibido estacionar. Corriendo, ingresa, cierra el portón y se termina de desvelar husmeando por su ventana la reacción del vecino.
         -¡Vamos viejo loco! ¿A qué hora pensás ir a trabajar? –pasa una hora. Aún no hay señales de su vecino de enfrente. Comienza a desesperarse. Quiere que su vecino se tope con la problemática de no poder sacar el auto del garaje por tener uno previamente estacionado.
         De tanto esperar se queda dormido en el sillón que había arrastrado hasta la ventana para mayor comodidad. Cuando despierta, al mediodía, ve por la ventana un cartel pegado en su auto que dice: Querido vecino, hoy estoy franco.