A pesar de que sus
codos están cansados de tanto someterlos
en un rígido apoyo sobre la mesa, aún le queda una última esperanza de
cenar en los próximos minutos. Su mujer, quién le anticipó una noche de mucho
diálogo, está por llegar a su casa. Es por eso que con mucho amor, no solo la
espera, sino también preparó una gran velada. Entonces escucha, penetra por sus
paredes de treinta centímetros de ladrillos, cemento y revestimiento de madera,
música que apenas permite concentrar sus pensamientos. Un poco enojado sale a
gritar “al aire” densas indirectas hacia su vecino de enfrente. Como no
funcionó, saca el parlante más potente de su casa apuntando al enemigo,
reproduciendo un género extremadamente opuesto e ingresa a esperar.
Momentos más tarde, llega su mujer y lo
reta por el disturbio. Defendiéndose explica el por qué en vano, el vecino de
enfrente no pudo contra el parlante y apagó la música.
Situados fuera de su hogar charlando
sobre el suceso, ven llegar un auto con el tráiler cargado con dos parlantes
enormes y un centro musical.