Hay cuatro cosas que le gusta hacer en tardes de sol. Una de ella es tomar mates en la vereda ya que le gusta la poca brisa sin prisa que corre por las calles.
Agarra el mate y casi se le cae el yerbero que presiona entre sus costillas y antebrazo; claro, su otro brazo está ocupado con esa reposera playera que compró muy contento gracias a la inusual oferta del supermercado chino. Apoya suavemente las cosas sobre el suelo, despliega la reposera y se echa para atrás, relajado, estirando sus pies con mucha tranquilidad.
-¡Viejo de mierda! Cuántas veces te habré dicho que en otoño el arbolito que te da sombra llena de hojas el barrio –refunfuñe fastidioso por la cantidad de hojas secas que tiene su vereda. Cruza la calle y golpea las manos de tal manera que sale la chica de al lado. De repente corre hacia su casa y a los pocos minutos regresa.
Lo más raro que vio la chica de al lado no fue la intensidad del vecino de enfrente golpear las manos, sino que fue ver la caía del árbol que acababa de cortar por la mitad.