Por novena vez actualizó la página principal que contiene las novedades de la red social en la que participa. Motivos no sobran, sólo buscó enriquecer el poco tiempo de ocio para descansar las piernas de tanto trabajar.
         Entonces otra vez, una melodía particular interrumpe el momento; suena el teléfono, lo contempla hasta el próximo “rin”, y atiende.
         -Escuchame una cosita salame, soy yo. No me simpatizás para nada, pichón. ¡¿Por qué no nos vemos en la calle y charlamos como vecinos enfrentados que somos?! –golpea el teléfono sobre el escritorio, mira hacia el techo y sacude la cabeza mordiendo con mucha presión a puños cerrados. De nervios, luego de salir corriendo hasta chocarse el televisor que casi cae, llega a la puerta de ingreso. Después de brusco manotazo sacó el picaporte al escapar de su hogar, se chocó con tres preciosas muchachas de no menos de sesenta años, testigos de Jehová, sonrientes y muchas ganas de platicar largas horas. De fondo su vecino de enfrente señalando con una sonrisa que se aprecia a ancho de calle, lo saluda y se mete en su casa.